Rozar las venas y tejidos con los vivos torrentes de la tierra produce un sentido despertar de confianza y seguridad, de respeto mutuo, de comprensión y de coexistencia armónica.
Inevitablemente los residuos de dicho encuentro son marcados relieves o surcos en la piel y un rastro de matices marrones oscuros que impregnan la esencia de la tierra en el individuo.
¿Cómo pensar entonces que ésto es sinónimo de suciedad?
Desde la niñez, lo pálido se nos ha asociado a la idea de limpio-puro, y en cuanto encontramos "manchas" de naturaleza, aparece como algo sucio por los cánones extraños a nuestra realidad. Abrazar a la Allpa Mama no puede ensuciarnos sino mas bien ennoblecernos en el continuo camino del reencuentro con la misma. Ese contacto que enriquece y refresca manda un influjo en la voluntad para recuperarla, seguirla de cerca, protegerla y realizar ofrendas que mínimamente reinvindiquen nuestra dependencia a su fertilidad, y que a la vez reflejen algo de tardía gratitud.
Liberarse de las ataduras artificiales para un abrazo mayor y más sentido resultaría óptimo para nuestras células, mas nuestras mentes confundidas por los convencionalismos no nos permiten tatuarnos a tierra y sentirnos dichosos del regocijo maternal, la unidad, el TODO.