jueves, 30 de septiembre de 2010

La maldita hora



El perro ladraba mientras su madre entraba por la puerta. El ruido le hizo levantar la cabeza y recordó que el día anterior no había asistido a la clase de baile, y ahora la instructora le pediría una buena justificación. Que diría; no vine porque no me dio la maldita gana o, no pude porque me encontraba visitando a la abuela enferma (cuando en realidad había estado besuqueándose por ahí con alguno de sus compañeros de clase) no, pues solo diré la verdad, la triste verdad de la vida ajetreada, la vida que le tocó, o la que ella misma se dió ............ pum... pum....  otro ruido.

Provenía de la ventana, por fuera, una de esas pequeñas libélulas se había estrellado contra el vidrio. Sus entrañas desparramadas le causaron risa: que estúpida la pobre y su encontronazo mortal con la civilización, je je. Esa sustancia verde amarillenta, que desagradable, no limpiaría la ventana, para eso está la lluvia. Continuaba planeando la mentira para su instructora, aquella vieja amargada que no pensaba en otra cosa que las coreografías, los molestos pasos, y la monótona rutina al compás de una gastada música. De a poco el sopor la llevaba consigo, hasta que oyó a su madre;       A CENAR¡¡

No cruzaron ninguna palabra mientras comieron, hasta el apagado y casi obligado, "Gracias" de la adolescente que sentía que todo era una burda pérdida de tiempo. Llegó a su habitación, se acomodó en la cama y vió que en la ramita del árbol del patio trasero, ya no estaba posado aquel precioso mirlo que no conocía más sitio para pasar la tarde. encontró vestigios de plumas en el suelo y en su juventud  imaginó lo peor. Para colmo al no oir ese trinar armonioso, su ánimo empezaba a decaer sin la posibilidad de la confortable acústica de aquel sonido fresco de ave libre.

Ahora ya había olvidado por completo aquella planeación desesperada de una excusa convicente, su cerebro se desconcentró sigiloso y empezaba a entrar  en un estado de tensión que convergiría en reacciones apresuradas de aquella exniña. Nuevamente percibía el ladrido de su perro, no, en realidad eran distantes gemidos que fluctuaban hasta alcanzar un silecio inesperado que se confirmó cuando su madre le dijo: -Es Ralfo, ya no reacciona.   Un abrazo fuerte conjugó el dolor de ambas mujeres, de fondo una brisa fría que hizo ondular las sábanas puestas a secar en el patio.

Metida en la cama y con la más grande deshazón por su amada mascota decidió que en tales circunstancias debía decirle la verdad a su vieja instructora y ya no inventar nada. Lúcida y responsable al fin, pensó. No podría hacerlo inmediatamente, debía tener las precauciones debidas y actuar con mesura. Un sonidillo que se perdió por algún rincón de su cuarto la volvió a distraer, y luego sin el mínimo aviso pudo ver una cola que se deslizaba y que le hizo imaginar al roedor que la poseía. Ese ratón negro bastante avejentado, rengo y con claros de piel se asomó, súbito, dió unas vueltas para detenerse casi al frente de ella. Al fin murmuró, -tus amigos los faunos te acompañamos en tu profundo dolor, con el nuestro.

Salió con pánico disparada de ahí y su madre se percató al instante. Vió como se alejaba de la casa y un papel se le escapaba del bolsillo, el motivo de todo:

Aborto seguro, informes al .........

1 comentario:

Marisa dijo...

Van llegando por si solas, ventanas que se abren cuando las reales paredes se cierran lentamente...distracciones y su elegante uso..