jueves, 9 de julio de 2009

Paraíso de Concreto

Una gran puerta de metal espera para permitir el ingreso a miles, quienes como yo, van a visitar a alguien. Junto a la entrada se ubican los vendedores de todo tipo de artículo útil para la ocasión, y dentro del sitio también se encuentran a muchos y muchas que viven de esas visitas esporádicas a lo largo del año, pero cuya s ventas aumentan notoriamente en el penúltimo mes. Es curioso, pero este abrumador lugar, tan conocido por todos y tan alagado, aparte de dar cabida en su última morada a cientos de miles, también ha sido un afluente comercial para muchos otros que gracias a ello pueden vivir. Irónico.

Una vez dentro, la majestuosidad arquitectónica del gran aposento contrasta con un ambiente de tranquilidad, donde la fría brisa exalta las siluetas de las hojas de añejos árboles , cuyo sonido armoniza la estancia. Al caminar por los caminos empedrados, o por los estrechos corredores, una sensación de querer ver cuanto más se pueda toma por sorpresa la voluntad personal. De hecho seguir investigando y conociendo aquel lugar, se vuelve cada vez más pertinente.

Girar la cabeza hacia un lado y ver los antiguos y llamativos mausoleos, vestigios de arte y respeto a la muerte (aunque algunos clamen por reparaciones) , pero que siempre despiertan asombro. Mirar hacia el otro lado y contemplar los grandes pabellones llenos de lápidas; en ellas infinidad de nombres y de fechas inscritas o pintadas sobre llamativos nichos grabados con símbolos religiosos, perfectos ejemplos de la tradición cristiana de un pueblo que con gran afición y lealtad a su Cementerio de San Diego, sigue visitando y enterrando a sus familiares en este verdadero patrimonio de la ciudad de Quito.

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