sábado, 31 de agosto de 2013

Compartiendo





Un descenso atmosférico pocas veces resulta tan cautivador. La sonrisa surge acompañada por un sutil sabor a polvo que escapa de la carretera lastrada para maquillar a todos los rostros del trayecto. Es fascinante encontrar tanta diversidad de productos agrícolas que dan cuenta de una privilegiada situación geográfica y climática en aquel particular enclave que forma parte del cantón Chillanes de la provincia de Bolívar. Crece la expectativa por el lugar desconocido: una comuna campesina de alrededor de 150 habitantes que ha vivido por lo menos diez años de intensa resistencia por sus derechos al agua, a la vida y a su dignidad. 





San Pablo de Amalí es uno de los escenarios donde la mentalidad de la Colonia, persistente en el desarrollismo moderno, asedia la vida de las personas locales.







Los lugareños, algo inquietados, observan la llegada de varios jóvenes con mochilas, Éstos últimos no tardan en sentir el calor propio del ambiente subtropical en el que se encuentran y sus miradas encierran esa fascinación propia del visitante citadino que contempla los matices y la pureza vital que eventualmente le rodea. Una cancha de ecuavolley a esas alturas de la tarde ya cuenta con jugadores que intercambian bromas, risas y uno que otro reclamo por algún punto dudoso. Luego de una breve presentación, los hogares y sus amables familias reciben gustosas a aquellos extraños que se refrescan con unas naranjas recién cosechadas.



Los alimentos, siempre abundantes por la envidiable fertilidad que comparte la comuna y toda la provincia de Bolívar, devuelven las energías a los viajeros que una vez satisfechos salen con la intención de deleitar de nuevo sus sentidos. Lamentablemente un violento contraste de maquinaria pesada, nivelación y remoción de terrenos, agresiva deforestación y todo un panorama ajeno a la tranquila realidad campestre se lleva a cabo del otro lado del río Dulcepampa. Allí se construye el proyecto hidroeléctrico San José del Tambo, del consorcio privado Hidrotambo, que curiosamente goza del pleno consentimiento del Gobierno  que hace aparecer esta iniciativa como de interés público. 




 
Como se suele decir, la razón no pide fuerza y en este caso el corazón tampoco; el derecho al agua, todos los años de trabajo en sus amadas tierras, sus vidas junto a sus familias, son las fuerzas que les motivan diariamente a levantarse y organizarse en contra de la invasión privada que terminó de manera abrupta con las entrañables épocas de serenidad que tenían antes del conflicto.







Niños y niñas en las aulas, jóvenes y adultos en sus chakras, madres esperando con la comida lista para sus esposos e hijos luego de la mañana entregada al trabajo con la tierra y del otro lado, obreros traídos de diferentes zonas del país que accionan las máquinas o cuidan las entradas de un proyecto que suponen muy prometedor. Los visitantes también son parte de una jornada de actividades que les permite palpar de cerca la compleja realidad en la que el enorme esfuerzo al desempeñar las labores agrícolas, se valora de una manera tan irrisoria que resulta completamente cuestionable la lógica poco o nada solidaria de la intermediación comercial que conecta a la urbes con los campos.
  
¡¡ Y de pronto una explosión !!

 Todo se interrumpe para dar paso al estruendo que destroza las rocas, retumba la tierra y cuartea las viviendas de la comuna. Si para cualquier persona resulta bastante desagradable para los niños en general es algo insoportable. Son escasos los momentos que comparten su inocencia entre sonrisas, ahora el desarrollo lo aprenden a través del pánico y son capaces de sentir la incertidumbre generalizada que se apoderó de todos los pobladores una vez que en varias ocasiones la fuerza pública atentó contra ellos y colaboró directamente con la empresa. En sí la indefensión que se vive es total, las autoridades cantonales y provinciales se manifiestan por el interés privado y la justicia da largas al asunto sin proteger los claros atropellos a los derechos humanos. 
 


 
A cada instante, lo más profundo del ser sigue reconfigurando sus emociones e ideas por medio del reencuentro, una evocación a la memoria afectiva cuando la mayoría de familias que hoy forman parte de la demografía urbana tienen raíces campesinas y poseían mucho más ese sentir de pertenencia que de a poco se va olvidando. La ciudad tan gris como indolente, mantiene su lógica abrasiva que considera la vida natural, la fraternidad comunitaria, la saludable tranquilidad como sus principales enemigas. Y en estos tiempos en que las leyes son papeles mojados a ratos y en otros son instrumentos implacables de persecución, es pertinente manifestarse a favor y de corazón por todos los seres que no tienen la culpa de haberse topado con la racionalidad de este lado que ignora por completo el respeto a las diversas formas de vida que no comparten su noción de desarrollo.

Ya va siendo hora de superar la actitud de irrespeto y escasa reciprocidad con la Tierra y con todos aquellos seres que nos alimentan nutritiva y naturalmente, es decir los campesinos del país que en innumerables ocasiones han pagado el precio del bienestar citadino.

Infinitos agradecimientos a Don Manuel, Doña Manuela, Doña Laurita, Don Héctor, Don Segundo, Doña Enma, a Armando, a Martha, a Edison, y en general a la hermosa población que con todo el shunku nos brindó sus hogares, sus alimentos, sus testimonios, en fin, un poco de sus vidas. Son la prueba fehaciente de que la lucha por la dignidad se mantiene a pesar de que el poder vea a todos los defensores de la vida como terroristas o saboteadores de su imposición. 

Especiales agradecimientos a Santiago, persona de aportes sumamente valiosos, y a todos los compañeros del Movimiento Universitario José Carlos Mariátegui con quienes fue posible esta inolvidable vivencia.








 ¡¡UNA TARJA DE ABRAZOS PARA TODOS!!







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