martes, 31 de mayo de 2011

Décimo 2° Intento

La tarde se mostraba opaca y las ansias de recibir un poco de lluvia en la frente producían en la mirada un continuo y expectante anhelo hacia las nubes, lamentablemente urbanas, pero que guardaban algo de su naturaleza. El estómago gemía y la quemazón producida por el enérgico sol incomodaba con breves y punzantes ardores cutáneos. Luego, la mirada se fue a jugar con los dos fieles cuadrúpedos, que, a juzgar por los collares, tenian dueños. Se veían algo desesperados buscando incesantemente cuerpos sólidos saboreables para sus paladares, me recordaban la hora del almuerzo y nuevamente los gemidos de antes, inoportunos, saltaron a flote.

Los animales recorrían los espacios una y otra vez,  como si a cada instante éstos se renovaran completamente y debieran ser registrados por segunda ocasión. Subyugados por los hábitos de especie, relamían sus hocicos y husmeaban por golosinas, porque más vale degustar lo que sea cuando exista la posibilidad a despreciar algún bocado. Comportamientos circunstanciales, como los que muchas veces suceden en nosotros pero que preferimos no admitirlos por nuestra "humanidad" y recurrimos a la persona que socialmente somos, es decir lo que presentamos al resto de nuestro yo, ocultando siempre la sombra que determina nuestro pasado puramente animal.






El panorama hambriento me recordó que no me había alimentado hasta ese momento, e imaginariamente me igualaba a aquellos canes buscando alguna sustancia comestible que pudiera aprovechar aunque sea por los suelos. Verme olfateando junto a ellos fue una imagen que acechó mis convencionalismos hasta llevarme al:  

¿por qué no?....


En ese instante lo único que nos diferenciaba era el collar, al contrario de ellos yo aún no tenía propietario.


Puede ser que nuestros collares estén, pero no en el plano visible.


martes, 17 de mayo de 2011

Rapto celular...

Un viaje tedioso en bus, una congestión más que típica en la ciudad, un estrés colectivo en el ambiente, un chofer que no le teme a los frenazos, una mañana semisoleada, una atmósfera ruidosa, un señor leyendo una revista, una niña cantando lo que aprendió en la escuela, un vendedor que no logra convencer a nadie, una señora pintándose los labios, un tipo mirando a la chica que acababa de subir, un viejito tratando de encontrar las monedas para el pasaje, una maleta grande en la parte de atrás estorbando el paso y las personas en la última fila, saltando inercialmente cada que el bus pasaba por alguna pronunciada imperfección en la calle-avenida.

Sólo es algo de lo que se observa casi siempre, con más o menos detalles, mientras se comparte ese universo del transporte público, tan diverso como sus ocupantes, usuarios, situaciones, acciones, en fin. Mientras el tiempo transcurre en medio de tus ansias por llegar y todos los individuos como personajes, desempeñando el rol que ellos mismos se han impuesto, intentas buscar un elemento tranquilizador que muchas veces te provoca el abstraerte en tu propia caracterización y a casi ignorar por completo lo que los demás desempeñan en su afán de vivir la vida.

Un notable punto de quiebre que sacude mis neuronas, en una de las filas del bus, una madre y su hijo (no pasaba de los 8 años), unidos por el lazo afectivo característico mientras conversaban:

- Mami, ¿en navidad ya puedo pedir mi celular?

La respuesta de la señora ni siquiera fue relevante. pero vaya que removió en mí un sentimiento de total gratitud para con mi hermosa infancia de juegos, andanzas, divertimentos creativos, etc, y la casi nula existencia de estos aparatitos intranquilizándonos.
Sinceramente me siento afortunado de no haber vivido una niñez de artificialidad y frialdad, alejado de las manualidades y de las gratas experiencias con amigos o primos en igualdad de condiciones.

¡ Mas al haberla vivido a plenitud, que gratos y preciosos recuerdos !




¡¡ De vez en cuando, apaga el celular !!