sábado, 23 de enero de 2010

Avecilla




Sentado en la vereda frente a la Plaza de San Francisco, Julio, observa como un auto atropella y destroza a una paloma. Indiferencia colectiva, ¿cómo pueden llamarse cristianos, si ven impávidos el cadáver de un animal de su Dios, y ni siquiera les importa? Las otras palomas, ellas sí, cristianas, lloran a su compañera, víctima mortal de las llantas.

Julio mientras tanto fue a una tienda y pidió una funda. Regresó al lugar del crimen y miró atónito como se regocijaban las palomas. Tomó a la muertita, la metió en la funda y la enterró al pie de un árbol.

4 comentarios:

Iván Lasso dijo...

¡Muy bien, Carlos! Muy bonito, me ha gustado mucho el microcuento :D

Patmos dijo...

Pues yo diría que la persona que escribió acerca de las palomas tuvo un día muy difícil puesto que su sensibilidad estaba a flor de piel.
Ya que es raro que en nuestros días alguien se preocupe de una paloma que estaba muerta, entre las tantísimas que rebolotean en derredor.
yo te diría que aproveches tu compasión contigo mismo y en derredor.

att. Vicky

JuGLaR dijo...

jajajaja... ni palomas ni humanos tenemos lo ke deberiamos, somos todos alienados.... recluidos, excluidos, botados de las calles a la soledad, a la indiferencia

Camaleonika dijo...

profundo, la verdad no m habia puesto a pensar las cosas asi... la diferencia entre la vida y la muerte es tan delgada, esta nos puede invadir d un momento a otro y quitarnos el aliento............ la vida es lo único q tenemos gratis...